20 nov 2007

La base está
















La foto se las facilitó Silvia Rojas, directora de la revista La milonga argentina. Ellos -que ya venían dándole con ganas al tema de la base de maquillaje de Cristina, a su rimel y a sus joyas caras- se regodearon pensando en los números de visitas, en el page rank y todas esas marketineadas. Y anunciaron desde sus post el futuro estrellato de la foto, cual manager sin suerte anuncia el descubrimiento de un nuevo talentito. 
La foto en sí, muestra a una mujer sin maquillaje. Una señora que está en las cinco décadas. A la que le gusta maquillarse, vestirse bien y alhajarse. Y que fue elegida presidenta de los argentinos. 
Yo no sé si Cristina Fernandez de Kirchner, el día que tomaron la foto, estaba con una alergia. Ni si se había inyectado botox -otro de los rumores preferidos- o si simplemente estaba en sus días de relax en el sur argentino. Si solamente había dormido (algo que en la sociedad moderna es cada vez más dificil de lograr, ni que hablar si se está en un lugar protagónico). Sí puedo decir que es cierto que a esos ojos chiquitos ya los he visto en otras señoras de clase media que han pasado por el bisturí. No sé si éste es el caso. Pero, si así lo fuera: cuál es el problema?
Acaso ellos pegarían en la puerta de entrada de sus casas una foto de su esposa en bata, levantándose a las 6 de la mañana? Tal vez sí lo harían. Porque no aceptan la condición de la mujer como tal: sí, podemos cambiar con una buena base, con una linda ropa, etc. y ser las mismas. Ella puede ser la misma que, hace menos de un mes, ganó las elecciones presidenciales. La misma que tiene un esposo que, en vez de ir a una segura reelección, apostó a ella en su rol de política. La misma a la que, por lo visto, le criticarán a troche y moche su aspecto durante los próximos años. La misma que, así las cosas, podría hacer con su gestión de gobierno lo que se le antojase. Porque los encuentra, a ellos -que son la opiniòn pública, los que colaboran con la madurez de la sociedad- ocupadísimos en sus pulseras y en sus arrugas.
No es lo que, considero,  deberían aportar a nuestra madurez como sociedad para los años siguientes. Porque cuando, ante cualquier falencia, ellos sigan mirando hacia el lado equivocado, la culpa ya no será del chancho. Ni del pingüino. Sino de...usted ya sabe.