2 nov 2007

Como caramelos

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Veía tomarlas a su abuela con regularidad. Era una cajita sólo apta para mayores. Pero ella, con sus 5 años, quiso probarse las ropas de adulto. No eligió los anillos de su madre - o de su abuela- ni sus tacones, como tantas niñas. Ahora el signo privilegiado de adultez para ella lo representaba esa cajita que contenía blisters de pastillas. Así que tomó una de las tiras y se la llevó al Jardín de Infantes en el barrio de Palermo, en Buenos Aires. Le convidó el ansiolítico y antifóbico Alplax (que contiene Alprazolam) a 6 niñas de 5 años. La primera que ingirió el miligramo notificó a las demás que su sabor era horrible: "tiene gusto feo, no me gusta!". Las otras no llegaron a tragárselo. La maestra del jardín entendió que algo estaba ocurriendo. La pequeñas fueron atendidas en el Hospital de Niños, donde las trataron con carbono (para evitar la absorciòn del medicamento) y leche de magnesia para evacuar sus restos. Esto ocurrió el último martes a mediodía.

Obviamente no fue la intención de la abuela facilitar el acceso de la niña al peligroso medicamento. El remedio sólo estaba allí, como un elemento más en la cotidianeidad de tantos ciudadanos. Hay 1.150 millones de dosis anuales vendidas en ansiolíticos y son la mayor fuente de ingresos de la industria farmacéutica. Las mujeres, como ya lo he contado en este blog y en Las12 (Página12) son las que son en mayor medida vulnerables a casos de ansiedad, fobias y depresiones.

De una medicación adecuada, con un tratamiento correcto al uso de ansiolíticos como si se tomara una infusión nocturna -o matinal-, no hay tanto trecho en la sociedad actual. Esa es la verdad. Pero es un medicamento: con sus pros y sus contras. Debería tratárselo como tal. No dejarlo en mesas de luz ni en la cocina. Y no predicar con el ejemplo, mostrándole a los pequeños que eso es lo que les espera para cuando sean adultos.